Es el año 2025 y es sábado por la tarde de mayo. Por suerte,
aun pude encontrar una sala de cine donde se exhibe esta obra maestra del cine
actual llamada “Pecadores” del director norteamericano Ryan Coogler, uno de los
más interesantes y personales realizadores de este nuevo milenio, junto a
grandes como Oren Peel, Oz Perkins, Ari Aster, y otros tantos cineastas que
demuestran un profundo afecto al cine de género de toda la vida, donde
fantasmas, demonios, extraterrestres, sectas y otras pesadillas, irónicamente,
nos alegran la vida dentro de fascinantes largometrajes. Obviamente, no podía
faltar el regreso de uno de nuestros monstruos favoritos, como es el rey de la
noche, el temible vampiro.
Sin embargo, en el caso de Coogler hay que ser más precisos
al señalar que su labor ha recorrido distintos géneros, como son el drama, la
acción y el fantástico cine de super héroes, entregando en este último rubro
dos de las mejores películas Marvel que se hayan realizado, siendo estas
“Pantera Negra” y “Wakanda Forever”.
Coogler es un realizador muy dedicado y cuidadoso en las
puestas en escena, preocupado siempre por dotar al detalle de un magnífico
acabado. Asimismo, suele rodearse de actores muy solventes, lo que puede
incluir elencos numerosos donde queda demostrado su notable manejo en la
dirección. Asimismo, el director es reconocido como un excelente guionista en
cada una de sus realizaciones.
El más reciente trabajo de Ryan Coogler es una cinta
completamente desafiante en muchos aspectos. La película es un relato de época
magníficamente realizado, y asimismo, aborda uno de los terrores fantásticos
más emblemáticos del séptimo arte desde que existe como tal, y lo hace con toda
la seriedad y cuidado posible a la hora de narrar su extraña fábula, escrita
por él mismo, lo que hace de esta obra su trabajo más personal realizado a la
fecha. No solo hay drama y horror, sino que al mismo tiempo se trata de un maravilloso
homenaje a la música blues de principios del siglo veinte; hermosas melodías de
este género resuenan en todo el metraje, y tienen un papel fundamental, o, mejor
dicho, componen el principal argumento de esta historia.
Precisamente, el blues es la música que refleja la
marginación, el sufrimiento y también la alegría de la población negra, algo
que se aprecia en todo el relato desarrollado como fiel reflejo de aquellos
años, en los cuales estos personajes enfrentan la adversidad de la sociedad
norteamericana de los años treinta, marcada por el odio racial y la
discriminación institucionalizada. Coogler muestra esto sin reparos, denunciando
esta situación en la que se encuentran sus protagonistas y las condiciones
adversas que sufren día a día. La marginación es la salida que muchos de ellos
encuentran, mientras que otros asumen una lucha encarnizada por sobrevivir. En
ninguno de los casos sus vidas están libres de pecados. De ahí el gran título
de la película.
El director propone una primera parte para desarrollar a cada uno de los personajes involucrados, desde el
joven protagonista, a cargo del actor Miles Caton, los dos hermanos gemelos aventureros, interpretados
magistralmente en doble papel por el actor Michael B. Jordan, el elenco
femenino y todos los secundarios acompañantes, entre los que destacan la actriz
Tenaj Jackson y el gran actor Delroy Lindo, todos ellos, en lo posible del
metraje, tienen una gran o pequeña historia que contar, sean nobles, desenfadadas
o gamberras, y todas ellas no hacen más que enriquecer la totalidad del relato
que se nos propone. Hay diálogos que resultan inolvidables y frases que
describen de una pieza al personaje, pero, a su vez, mucho de lo que se nos
cuenta se hace con pequeñas situaciones, o escenas inolvidables, como la
presentación del personaje que encarna la actriz Hailee Steinfeld.
El segundo acto es sin duda la apoteosis del cine de Ryan
Coogler. La película despliega toda su maravillosa visión en un solo escenario enclavado
en un paraje rural nocturno. Es allí donde todos estos personajes, llenos de
ansias y deseos, esperan resolver sus vidas en esta única noche. Pero, lo que llega
hasta su puerta es algo que supera largamente cualquier dificultad que pudieran
haber previsto. El actor Jack O’Conell, muy convincentemente, lidera un trio de
personajes salidos de las peores pesadillas. A partir de aquí todo es una
situación límite que se desarrolla con total desparpajo: sangre, vísceras,
bizarría, todo con un magnífico trabajo de cámaras, iluminación, colores, sonidos,
música, maquillaje y efectos visuales artesanales de toda la vida. Y, por
supuesto, un excelente trabajo de actuación por parte de todo el elenco, lo que
convierte a esta película en un nuevo clásico del mejor cine de género
realizado.
El director ya ha declarado cuales han sido sus principales
fuentes de inspiración para el relato que nos presenta en este filme, los
cuales son bastante evidentes. Pero sin duda, su visión artística es lo que
prevalece; su homenaje a la música blues de los años treinta en medio de un
relato que combina drama y terror, todo ello realizado con su amplia capacidad
cinematográfica, es lo que eleva esta obra por encima de sus referentes de
manera indudable.
La película nos deja la sensación de haber vivido una tremenda
experiencia, algo que ocurre cada vez que se aprecia una gran obra que
convierte un sencillo día en un día inolvidable.
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